Interpretar y aplicar el derecho: John Roberts, Stephen King, Genaro Carrió, el béisbol y la ley de ventaja

De Ius & Law, también, me ha quedado pendiente un addendum jurídico-literario.

Una entrada reciente cuenta allí que, con la típica cautela que ha caracterizado su actuación pública, el –casi seguro- futuro presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidos John Roberts está queriendo tranquilizar a los senadores. Quiere mostrarse como conservador, lo que a los republicanos les encanta -porque desde la década del sesenta no han hecho más que sufrir con los jueces activistas que juegan en contra de su agenda electoral- y a los demócratas también –porque suponen que en el contexto actual lo mejor es mantener vigente el corpus jurisprudencial de decisiones garantistas que viene de la época de Warren y evitar que la mayoría “de derecha” de la Corte empiece a hacer cambios drásticos en el derecho constitucional americano-. Como todo postulante en una entrevista laboral, dice lo que los otros quieren escuchar.

En cualquier caso, su filosofía jurídica es clara: los jueces no crean derecho. El se compara con un arbitro de béisbol, un umpire, y dice que:

"Los umpires no hacen las reglas, las aplican. El rol de un umpire y el de un juez es crítico para asegurar que todos jueguen según las reglas. Pero es un rol limitado. Nadie fue a un partido a ver al umpire".


Pero no es tan fácil. En el post que comento se reproduce una analogía que había encontrado Jim Lindgren, de The Volokh Conspiracy, para objetar la solidez del cliché de Roberts. Dice que hay tres clases de árbitros.

Uno dice: “Algunas son bolas y otras son strikes, y yo 'las canto' como son.”

Otro dice: “Algunas son bolas y otras son strikes, y yo 'las canto' como las veo.”

Y el tercero: “Algunas son bolas y otras son strikes, pero no son nada hasta que yo 'las canto'."



Ahora mi propio comentario

Un lanzamiento es válido (“bola”) cuando pasa entre los codos y las rodillas, si no, es strike. Y Roberts cree que el umpire no hace las reglas, no tiene que interpretar nada, tiene un margen de discreción cercano a cero. Esto no es así, y lo refuto citando nada menos que a Stephen King, en una rara y estupenda pieza de non-fiction que cuenta las andanzas y desventuras del equipo de béisbol infantil de su hijo, para demostrar que hasta la decisión aparentemente tan mecánica de un umpire tiene sus complejidades y que, en cierto modo, las reglas son derrotables:

"Se acerca lo que podría ser el lanzamiento del partido. Parece un strike alto, un strike que sentenciará el partido, pero el árbitro decreta bola cuatro. Joe Wilcox trota hacia primera base con una expresión de incredulidad pintada en el rostro. Sólo más tarde, en el video, se aprecia que el árbitro tenía razón al decretar lanzamiento malo. Joe Wilcox, tan ansioso que sostiene el bate como si fuera un palo de golf hasta el momento del lanzamiento, se pone de puntillas cuando se acerca la pelota, y por eso el lanzamiento parece más alto de lo que es cuando la pelota cruza la plataforma. El árbitro, que no se mueve en ningún momento, descuenta todos los tics nerviosos y toma una decisión digna de cualquier liga importante. Las reglas indican que el bateador no puede encoger la zona de strike agachándose, por la misma regla de tres, no se puede estirar alargándose. Si Joe no se hubiera puesto de puntillas, el lanzamiento habría ido a parar a la altura del cuello."

Lo que hace el árbitro es un razonamiento de impecable lógica jurídica: deduce una regla implícita a partir de una explícita, en base a la ratio juris de ésta.

Posdata


Aunque es muy largo para este post, no puedo dejar de recomendar el ensayo “Principios jurídicos y positivismo jurídico”, de Genaro Carrió, que indaga en la naturaleza de las normas a través de las reglas del fútbol y su relación con un “principio” que entonces se aplicaba sin regla expresa: la “ley de ventaja”, que impedía cobrar una infracción cuyo efecto iba a ser favorable al que la comete (Según tengo entendido, en las reglas ahora vigentes la “ley de ventaja” está “positivizada”, lo cual no quita que funcione normativamente como un principio). Obviamente, es la misma lógica de “Riggs v. Palmer”, tantas veces citado por Dworkin y otros, donde se entendió que el sobrino que asesinaba a su abuelo no podía heredarlo, en virtud del principio implícito de que nadie puede beneficiarse de su crimen.


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La crónica de King, casualmente publicada por primera vez en The New Yorker –fuente de un post reciente aquí- se llama “Baja la cabeza” y está incluido en el volumen de relatos “Pesadillas y Alucinaciones” que editó grijalbo en español.

El ensayo de Carrió aparece en la tercera edición (no en las anteriores) de su clásico “Notas sobre derecho y lenguaje”.