Juan Bautista Alberdi (1810 - 1884) fue abogado, escritor mundano, exiliado crónico y un lúcido observador de la Argentina que era y de la que podía ser. Cuando todavía volaba el humo en Caseros, escribió en 1852 las Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina. Al texto en prosa, doctrinario, le agregó un proyecto de Constitución, y ese draft fue la base del texto Constitucional de 1853/60. Alberdi es, para nosotros, Hamilton, Madison y Jay, los tres en uno.
Nacido un 29 de agosto, hoy se celebra en su honor el día del abogado en Argentina.
Pues bien, fíjese en qué alta estima (!) tenía al gremio. Decía en Las Bases
Ante todo, vamos a reconocer que aquella cita (del cap. 32) está un poco sacada de contexto: el punto de Alberdi era el de la necesidad de distinguir entre educación e instrucción, no el de excomulgar letrados. Y calma: en 2006, no hay 800.000 abogados, todavía. No tengo datos ciertos (agradecería si alguien me los pasa) pero las estimaciones que consulté portan entre 120.000 y 150.000. Calculándole un multiplicador razonable, de un empleado no-abogado por cada tres abogados, la cifra que congloba el gremio estaría entre los 150.000 a 200.000 personas.
En cualquier caso, algo parecido oímos todos en los taxis, en los bares, en las cenas familiares, pero también en foros académicos más elevados: por ejemplo, el argumento de que estaríamos mejor si tuviéramos menos abogados y más ingenieros.
Pero los ingenieros necesitan a los abogados
Y no para tirar de los trenes -tracción a sangre humana- como expiación de sus culpas.
Los abogados no servimos para eso, ni para hacer caminos de hierro, pero resolvemos el conflicto entre el ferrocarril y el dueño de los campos por los que pasa, entre la concesionaria y el usuario que viaja hacinado, entre el extractor del carbón y el que lo lleva a la locomotora, y nos plantemos cuándo el guardabarreras tiene derecho a declarar huelga y cuándo está impedido de hacerla.
Los ingenieros necesitan abogados, y también los futbolistas, las prostitutas, los clérigos y los boticarios.
Por eso un larguísimo etcétera se aplica a los demás ejemplos de Alberdi. Para labrar los campos, colonizar los desiertos y navegar los ríos se requieren leyes; las leyes se cumplen espontáneamente en la mayor parte de los casos, pero no en todos; los casos conflictivos requieren un sistema de administración de justicia; y ese sistema, salvo que sea cerrado y encapsulado dentro del propio Estado, va a requerir de contrapartes especializadas en la técnica jurídica.
Todos los grandes imperios de la humanidad han tenido detrás una estructura jurídica exitosa: el Corpus Iuris Civilis de Roma, la Carta Magna, la Constitución Americana. Las civilizaciones que carecieron de ella asumieron formas de Estado que derivaron en autoritarismo o cayeron en la anarquía, y las que no acertaron en su hechura y mantenimiento se disolvieron por su propio peso.
Nadie puede pensar, y desde luego el último en hacerlo sería un realista sagaz como Alberdi, que esas estructuras pueden existir sin agentes que pulsen su función. No basta con poner las normas en letras de molde y distribuirlas en folletos, sino que se necesita un sistema en base al cual las reglas se hagan operativas y se puedan llevar a juicio.
De la forma en que se arme, ese sistema va a ser complejo, porque las sociedades son complejas y la necesaria generalidad semántica de las leyes deja espaciosas dársenas para estacionar los casos puntuales.
Consecuentemente, sus operadores deben ser sujetos especializados y entrenados en el arte de decir para otro. En ello hay algo de insinceridad, lo cual es goce y tormento, pero también se logra un distanciamiento que evita que las partes escalen el conflicto y lo resuelvan por las malas.
Como las compañías aseguradoras, su rol surge ante las crisis, o -mejor aún- en previsión de ellas. Y no tiran cables, ni remachan fierro, pero las instituciones jurídicas (a las que los abogados aportan granos de su propia cosecha) también pueden marcar la diferencia entre un ferrocarril exitoso y uno que, conceptual o físicamente, descarrila.
Así que feliz día, colegas actuales, colegas futuros.
.::
On Alberdi, recomendamos por supuesto nuestro link de Alberdi.org.ar, donde está -casi- toda su obra completa.
Y nos autocitamos, también: el año pasado aprovechamos la efeméride para hacer una pequeña semblanza de los años mozos de Alberdi, los que más interés nos causan por su carga vital. Prometimos completarla, pero nos queda el compromiso pendiente y no faltará ocasión para honrarlo.
Nacido un 29 de agosto, hoy se celebra en su honor el día del abogado en Argentina.
Pues bien, fíjese en qué alta estima (!) tenía al gremio. Decía en Las Bases
Quiero suponer que la República Argentina se compusiese de hombres como yo, es decir, de ochocientos mil abogados que saben hacer libros. Esa sería la peor población que pudiera tener. Los abogados no servimos para hacer caminos de hierro, para hacer navegables y navegar los ríos, para explotar las minas, para labrar los campos, para colonizar los desiertos; es decir, que no servimos para dar a la América del Sur lo que necesita. Pues bien, la población actual de nuestro país sirve para estos fines, más o menos, como si se compusiese de abogados.
Ante todo, vamos a reconocer que aquella cita (del cap. 32) está un poco sacada de contexto: el punto de Alberdi era el de la necesidad de distinguir entre educación e instrucción, no el de excomulgar letrados. Y calma: en 2006, no hay 800.000 abogados, todavía. No tengo datos ciertos (agradecería si alguien me los pasa) pero las estimaciones que consulté portan entre 120.000 y 150.000. Calculándole un multiplicador razonable, de un empleado no-abogado por cada tres abogados, la cifra que congloba el gremio estaría entre los 150.000 a 200.000 personas.
Honoré Daumier, "Le Défenseur"
(1862-1865)
Paris, Musée du Louvre.
La scène joue sur le contraste entre l'emportement de l'avocat et l'impassibilité de sa cliente.
(1862-1865)
Paris, Musée du Louvre.
La scène joue sur le contraste entre l'emportement de l'avocat et l'impassibilité de sa cliente.
En cualquier caso, algo parecido oímos todos en los taxis, en los bares, en las cenas familiares, pero también en foros académicos más elevados: por ejemplo, el argumento de que estaríamos mejor si tuviéramos menos abogados y más ingenieros.
Pero los ingenieros necesitan a los abogados
Y no para tirar de los trenes -tracción a sangre humana- como expiación de sus culpas.
Los abogados no servimos para eso, ni para hacer caminos de hierro, pero resolvemos el conflicto entre el ferrocarril y el dueño de los campos por los que pasa, entre la concesionaria y el usuario que viaja hacinado, entre el extractor del carbón y el que lo lleva a la locomotora, y nos plantemos cuándo el guardabarreras tiene derecho a declarar huelga y cuándo está impedido de hacerla.
Los ingenieros necesitan abogados, y también los futbolistas, las prostitutas, los clérigos y los boticarios.
Por eso un larguísimo etcétera se aplica a los demás ejemplos de Alberdi. Para labrar los campos, colonizar los desiertos y navegar los ríos se requieren leyes; las leyes se cumplen espontáneamente en la mayor parte de los casos, pero no en todos; los casos conflictivos requieren un sistema de administración de justicia; y ese sistema, salvo que sea cerrado y encapsulado dentro del propio Estado, va a requerir de contrapartes especializadas en la técnica jurídica.
Todos los grandes imperios de la humanidad han tenido detrás una estructura jurídica exitosa: el Corpus Iuris Civilis de Roma, la Carta Magna, la Constitución Americana. Las civilizaciones que carecieron de ella asumieron formas de Estado que derivaron en autoritarismo o cayeron en la anarquía, y las que no acertaron en su hechura y mantenimiento se disolvieron por su propio peso.
Nadie puede pensar, y desde luego el último en hacerlo sería un realista sagaz como Alberdi, que esas estructuras pueden existir sin agentes que pulsen su función. No basta con poner las normas en letras de molde y distribuirlas en folletos, sino que se necesita un sistema en base al cual las reglas se hagan operativas y se puedan llevar a juicio.
De la forma en que se arme, ese sistema va a ser complejo, porque las sociedades son complejas y la necesaria generalidad semántica de las leyes deja espaciosas dársenas para estacionar los casos puntuales.
Consecuentemente, sus operadores deben ser sujetos especializados y entrenados en el arte de decir para otro. En ello hay algo de insinceridad, lo cual es goce y tormento, pero también se logra un distanciamiento que evita que las partes escalen el conflicto y lo resuelvan por las malas.
Como las compañías aseguradoras, su rol surge ante las crisis, o -mejor aún- en previsión de ellas. Y no tiran cables, ni remachan fierro, pero las instituciones jurídicas (a las que los abogados aportan granos de su propia cosecha) también pueden marcar la diferencia entre un ferrocarril exitoso y uno que, conceptual o físicamente, descarrila.
Así que feliz día, colegas actuales, colegas futuros.
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On Alberdi, recomendamos por supuesto nuestro link de Alberdi.org.ar, donde está -casi- toda su obra completa.
Y nos autocitamos, también: el año pasado aprovechamos la efeméride para hacer una pequeña semblanza de los años mozos de Alberdi, los que más interés nos causan por su carga vital. Prometimos completarla, pero nos queda el compromiso pendiente y no faltará ocasión para honrarlo.