La concepción general de esta nota y algunas ideas puntuales han sido tomadas de un muy buen artículo de Peter F. LAKE, When Fear Knocks: The Myths and Realities of Law School, publicado en el Stetson Law Review Vol. XXIX, p. 1016 (2000). Lake, larguero, enumera más de treinta “mitos y medias verdades” que en su mayor parte son aplicables al sistema de enseñanza norteamericano, pero el espíritu de lo que dice allí es casi “universal” y suponemos que algo de eso ha quedado reflejado en nuestra muy diferenciada remake, en la que ya no sé si hay todavía mucho de la "fuente".
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Ayer tomamos examen y con eso di inicio a mi "año lectivo" 2008. En la UNLPam se hace, como en otros lados, un "Curso de Ambientación Universitaria", que es optativo, y es como un precalentamiento light (dura tres semanas, con clases todos los días) para lubricar el para muchos trabajoso ingreso en un ambiente nuevo. Nunca estuve, pero la verdad es que me encantaría darlo. En cambio, y a modo de preludio al regreso a las clases, haremos un repertorio de "mitos" que se puedan predicar, creo, sobre todas las Facultades de Derecho en nuestro país.
Una salvedad. Hablamos de mitos generales y que la gente se toma en serio: excluimos los de tono meramente chistoso y los que están ceñidos a una Universidad en particular. Y así, no vamos a dictaminar sobre la tremenda superstición arquitectónico-académica de la UBA, que establece que si contás el número de columnas que tiene el frente de la Facultad de Derecho no te recibís.
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1. En la Facultad de Derecho me tienen que enseñar Derecho.
¿Ah no? ¿Y entonces qué? Me explico: esto no es un mito sino una “media verdad”, que podría decirse mejor del siguiente modo: en la Facultad de Derecho se aprende un poco de derecho, pero lo más importante es “aprender a aprender” derecho.
Veamos esto desde una perspectiva “practicona”. El buen abogado sabe que a veces no va a tener un argumento ya construido esperándolo en un repertorio de jurisprudencia del año sesenta y cuatro, para ser utilizado como el “arma secreta” de su litigio. Ese argumento clave muchas veces tiene que armarse a partir de materiales dispersos, haciendo una tarea de “elaboración del conocimiento” de cuya construcción dependerá el respaldo que tengamos para nuestra posición.
Puede ser que tratemos de explicar por qué, si se lo mira bien, nuestro caso es en realidad similar a otros que tienen determinada solución. O, por el contrario, que queramos justificar una solución distinta y para ello tengamos que demostrar que nuestro caso no es lo que parece ser. Fíjese bien, Su Señoría, que eso que todos ven amarillo, que tiene un cartel que dice “amarillo” y que está chorreando pintura amarilla fresca, en realidad parece verde cuando se lo ve de costado por el reflejo, como estaba cuando lo vio mi cliente.
Y ahora veámoslo desde una perspectiva teórica. El “jurista” no es un señor que se dedica a coleccionar lecturas y fichas de las ideas del Derecho de Santo Tomás a Niklas Luhmann. Como en el caso anterior, lo ideal no es que se propicie la recepción de un corpus de conocimientos momificado, cristalizado, sino que se le inculque la impronta del derecho como una cosa viva, abierta a la crítica, mejorable a través de la investigación y de conjeturas y refutaciones.
En ambos casos, lo óptimo no es aprenderse un catecismo de respuestas prefabricadas, sino aprender también a hacer preguntas, y a contestárselas.
2. El gran mito del razonamiento jurídico: según como se mire, todo depende.
Este mito está un poco relacionado con el anterior, porque una vez que el estudiante se desayuna de que no hay soluciones rígidas y que la aplicación de la ley no es mecánica, empieza a caer en el síndrome del “depende”. Su fuerza de atracción es altamente adictiva, porque el “depende” –sobre todo si es dicho con alguna taquigrafía técnica que ya se aprende a la altura de Civil II- sirve siempre para “decir algo” sobre cualquier cuestión, por ardua que sea. Claro que ese “decir algo” no es contestar, ni mucho menos razonar.
Aunque esto excede a la Facultad, conviene desprenderse del “depende” por razones muy prácticas y que llegan después de tener el título. Una posibilidad es que vayamos a trabajar al poder judicial, donde ya no podremos escudarnos en el “depende” porque hay que resolver. Y si lo hacemos en la actividad privada, huelga decir que el cliente no se queda nada tranquilo si a su angustiosa inquietud la despachamos con el “dependismo” compulsivo.
3. A los que les va bien en la carrera les va bien en la profesión.
Existen algunas razones para calificar esta idea como un mito, y que tienen que ver con una disociación entre las habilidades que demanda (y premia) la facultad y las que demanda (y premia) el mercado laboral.
Mi punto es que es perfectamente plausible que un estudiante pase exitosamente por los años de su facultad sin tener una capacidad descollante para la “lectura” de un caso concreto en clave argumentativa. Y que en muchos casos una destacada performance académica está sustentada en una descollante pero autista facilidad para tratar las materias como un asesino serial, que elige a su víctima y la estudia durante meses, para luego olvidarse de ésta y ocuparse de la siguiente.
Son frecuentes estos casos, en personas por los demás perfectamente normales, pero que sufren muchísimo su inserción en las trincheras de combate de la profesión legal, donde sus problemas se presentan todos juntos, interactuando entre sí, y el soldado ya no es un francotirador solitario sino que tiene que actuar coordinándose con su pelotón y con su jefe.
(La recíproca: son menos frecuentes, pero tampoco raros, los casos de estudiantes que no tuvieron gran destaque en su promoción y que sin embargo hicieron aprendizajes ocultos, o indetectables para el sistema universitario, y que se ven cuando sus capacidades afloran y se potencian al empezar a trabajar como abogados, incluso como profesores).
¿Qué es lo que importa entonces? Ante todo, tener en cuenta que la nota no debe ser un fín en sí mismo, sino un resultado del buen estudio hecho con gusto, con orden y con sistema.
Finalmente, cabe hacer una observación que podrá parecer ociosa pero que es imprescindible para poner las cosas en su justo marco: decir que una carrera brillante no importa de por sí la certeza de obtener un destino profesional que nos haga sentir realizados no quiere decir -ni remotamente- que sea un obstáculo para ello.
Antes de irnos del punto, consideremos una variación de este mito, aquella que se basa en la – por lo demás, bastante improbable - relación entre talento y precocidad: hay que recibirse rápido (o, en una segunda acepción de lo mismo, recibirse "joven"). No es así, no siempre es así: la velocidad no garantiza nada, uno ve a chicos que quedan, en su punto de cocción, "arrebatados", con un interior algo crudo y una cáscara quemada dura y que les impide tener una permeabilidad a las cosas nuevas. Y por otro lado, hay estupendísimos abogados que se recibieron "de grandes", y que se aprovechan del valor agregado de que fueron rindiendo y aprendiendo materias desde una perspectiva de cierta experiencia que les permitía eficientizar su estudio.
4. Yo se mucho de laboral, la saqué con nueve.
Malas noticias: a veces, los profesores “regalan” nota, a veces lo hace el azar. Y los estudiantes, que siempre están dispuesto a cuestionar la injusticia de haberse sacado un “cuatro” cuando sabían “para diez”, no lo hacen (a veces ni lo advierten) cuando se encuentran en la situación inversa. No será lo más frecuente, pero conviene mantener un moderado escepticismo sobre esos pequeños triunfos. La regla también vale al revés, y no es del caso desmoralizarse -si se han hecho las cosas bien- por una nota baja, ni siquiera por un aplazo, en una materia que nos ha gustado. La retroalimentación negativa en esos amores no correspondidos se parece mucho a la que ocurre en los de la vida real, en donde -por otro lado- también tenemos predisposición a gustar de quienes gustan de nosotros, que es siempre lo más fácil, pero no necesariamente lo más auténtico ni lo que más nos hará felices.
Las prevenciones deslizadas en este punto sirven también para no incurrir en automatismos relativos a la orientación profesional. Una buena nota en una materia es una presunción sólida, y a veces una semiplena prueba, de que existe algún conocimiento básico sobre ella y cierta capacidad para aprenderla, pero en ningún caso puede ser por sí sola una razón suficiente para establecer a priori y sin retorno un área de orientación profesional a futuro, en desmedro de todas las otras.
5. Se puede engañar a los profesores y zafar sin haber estudiado.
Vale recordar la tortuosa frase de Lincoln: “Se puede engañar a poca gente durante mucho tiempo, y también se puede engañar a mucha gente durante poco tiempo, pero lo que no se puede es engañar a todo el mundo, todo el tiempo”. Ojo: cuando dice que “no se puede”, no lo está diciendo desde un punto de vista moral (“no debería hacerse”) sino desde un punto de vista fáctico: no es posible hacerlo, tarde o temprano lo sabremos todos.
Pues bien, lo mismo funciona para las facultades. Se puede engañar a algún profesor durante todo un examen, y se puede engañar a todos los profesores durante alguna parte de un examen; pero lo que no se puede es engañar a todos los profesores durante todos los exámenes. Alguien se va a dar cuenta en algún momento.
Independientemente de la imposibilidad del engaño a largo plazo, hay un componente bien práctico que cabe la pena aclarar. Se trata de la falaz jactancia de que es más “piola” (y por ende, meritorio) aquel que ha “zafado” en base a su inteligencia innata y/o a una afortunada maniobra de ingenio que ejecutó bajo presión durante el examen. Lo cierto es que si es tan ingenioso e inteligente, no debió haber llegado a la situación crítica en que debió ejecutar esa maniobra riesgosa de someterse al azar para no verse reprobado.
6. El verdadero derecho se aprende en “la calle”.
Por un lado, “en la calle” se encuentra un caudal inagotable de chismografía, prejuicios burdamente establecidos, mitología jurídica y caracterizaciones interesadas sobre la gestoría de intereses. Si se cree todo esto al pie de la letra habrá alguna ocasión en que la realidad se comporte de acuerdo a ese infame conocimiento, pero sus posibilidades de acertar son las mismas que las que determinaría cualquier mecanismo de azar. Y el informante que hoy nos demuestra cómo “la tiene clara”, mañana puede equivocarse de medio a medio. Así que no se pierde mucho si no se conoce eso.
En otro sentido, tener algo de “calle” es necesario, en la medida en que identifiquemos el concepto con una serie de mínimas orientaciones sobre cómo se pide procesalmente tal medida en un juzgado y en otro, sobre los vericuetos de la administración pública, sobre los “códigos” informales de la burocracia judicial. Aunque es útil para la profesión legal y hay que preocuparse por saberlo, esto no es “derecho”; y el hecho de que en última instancia estos datos estén al alcance intelectual de cualquiera (y que, por eso, no tendrá de qué jactarse) demuestra que por allí no pasa la diferencia entre los buenos y los malos abogados .
Otra versión más sutil de este mito es que el derecho sólo se aprende “en tribunales”. Bueno, ahí ya no lo catalogaremos de mito, quizá sí de media verdad. O verdad en la medida en que eso no está marcando otra cosa que un desinterés y una deserción de las Facultades y sus operadores de enseñanza, que a veces tienen aversión por tratar y transmitir datos identificables de la práctica jurídica.
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Hay otro mito más que no trataremos: el mito de "Derecho como carrera fácil". Lo dejamos para otra vez, porque merece tratamiento aparte. Vale decir que no es así, ni tampoco es lo contrario.
Si alguno tiene más de estos mitos, o de las medias verdades, pueden ponerlos en los comments o mandármelos por mail. Pueden mandarse un "mito" entero, o dar la idea y yo lo redacto, y por ahí hacemos un post-continuación de este. Ojalá.