Ya que en el post anterior citamos a Grosschin, a Vigo y a Atienza (improbabilísima combinatoria) no podemos resistir la tentación de citar al compañero Seth Godin, sobre la nueva pereza (laziness), y sobre todo, sobre lo que significa la gestión: no tanto do more, no tanto do fast, sino do better.
Y a propósito de eso, decir alguna cosita más que nos había quedado suelta.
Hagan la siguiente prueba: pregunten a operadores del sistema de cualquier nivel cuáles son los problemas más acuciantes de la justicia.
Dirán cosas como éstas:
- Exceso de trabajo (cúmulo de tareas)
- Falta de recursos (personal, infraestructura)
y todo un espectro de variaciones sobre la autovictimización, que es una forma de la autocomplacencia.
Pero es muy posible que nunca o casi nunca oigan respuestas como ésta:
- Tenemos un problema con la complejidad, no con la cantidad: a veces estamos haciendo cosas realmente difíciles. A veces el sistema nos pide cosas para las que no estamos técnicamente preparados.
- Tenemos un problema con la calidad, no con la cantidad: no estamos haciendo las cosas del todo bien.
Esto se potencia cuando sucumbimos al imperialismo tecnicista de la mensura. Cuando alguien quiere pensar en un asunto, empieza a medir las cosas que tiene a mano. Así, los proyectos de reforma se fanatizan con los rubros que son más fácilmente medibles (tiempos del proceso, quantum de salida). Como los parámetros de complejidad y calidad no lo son, quedan invisibilizados como problema.
Y si identificamos mal los problemas vamos a pensar mal las soluciones. Porque si el único problema es que falta gente y sobran expedientes, todas las soluciones posibles son incrementales o epidérmicas (poner más gente, más lexdoctors, más códigos de barras, crear más juzgados, digitalizar los expedientes), tienen vuelo corto, y a la vuelta de la esquina vamos a estar igual que antes.
Y a propósito de eso, decir alguna cosita más que nos había quedado suelta.
Hagan la siguiente prueba: pregunten a operadores del sistema de cualquier nivel cuáles son los problemas más acuciantes de la justicia.
Dirán cosas como éstas:
- Exceso de trabajo (cúmulo de tareas)
- Falta de recursos (personal, infraestructura)
y todo un espectro de variaciones sobre la autovictimización, que es una forma de la autocomplacencia.
Pero es muy posible que nunca o casi nunca oigan respuestas como ésta:
- Tenemos un problema con la complejidad, no con la cantidad: a veces estamos haciendo cosas realmente difíciles. A veces el sistema nos pide cosas para las que no estamos técnicamente preparados.
- Tenemos un problema con la calidad, no con la cantidad: no estamos haciendo las cosas del todo bien.
Esto se potencia cuando sucumbimos al imperialismo tecnicista de la mensura. Cuando alguien quiere pensar en un asunto, empieza a medir las cosas que tiene a mano. Así, los proyectos de reforma se fanatizan con los rubros que son más fácilmente medibles (tiempos del proceso, quantum de salida). Como los parámetros de complejidad y calidad no lo son, quedan invisibilizados como problema.
Y si identificamos mal los problemas vamos a pensar mal las soluciones. Porque si el único problema es que falta gente y sobran expedientes, todas las soluciones posibles son incrementales o epidérmicas (poner más gente, más lexdoctors, más códigos de barras, crear más juzgados, digitalizar los expedientes), tienen vuelo corto, y a la vuelta de la esquina vamos a estar igual que antes.