VIDA
Roland Myles Dworkin había nacido en Worcester, Massachusetts, el 11 de diciembre de 1931.
Su familia se completaba con un hermano y una hermana mayores, y sus padres se separaron cuando Ronald era muy chico. Vivieron con su madre en Rhode Island, en la ciudad de Providence. Su madre se volvió a casar enseguida pero al poco tiempo enviudó. Sabemos poco de su infancia pero fue un boy scout convencido e hizo todo el cursus honorum de Baden Powell.
Ganó una beca para estudiar en Harvard y sacó notas perfectas. Fue a Oxford donde se hizo amigo de Guido Calabresi (que luego decano en Yale, y que da a entender que Dworkin se carteaba cuando jugaban al poker) y donde tuvo su primer contacto con Herbert Hart. No estudió con él, pero Hart corrigió papers que Dworkin escribió y quedó muy impresionado. En algún sentido Hart es Aristóteles y Dworkin es Platón, pero acá Aristóteles apareció primero.
Dworkin volvió a Harvard y después de graduarse su currículum le permite un gran debut en el mundo del trabajo: fue relator (mi argentinización de law clerk) del legendario juez Learned Hand, uno de los "gandes jueces que no llegaron a la Corte Suprema" (algo así como lo que sería hoy un Richard Posner). Interesante es la descripción de como trabajaba Hand: mientras en general los otros hacen que los relatores le escriban proyectos o le hagan investigación compilatoria sobre un tema dado, Hand hacía al revés -al menos con Dworkin-. Escribía él y se lo daba al relator para que leyera, lo opinara, criticara.
Pasada su pasantía Hand se lo recomendó a Felix Frankfurter, amigo y asesor de FDR, entonces juez en la Corte Suprema (estuvo hasta el 62).Un recorrido común en esa época era que los clerks de Hand ascendieran a la Corte con Frankfurter. Con esa recomendación Dworkin pudo trabajar ahí pero declinó (lo consideraría luego "un serio error") y se integró en 1958 a un estudio jurídico especializándose en transacciones internacionales.
En ese mismo año se casó con Betsy Ross (chica de familia acaudalada, con estudios de arte en Harvard y de política social en la London School of Economics). En 1961 nacieron los mellizos Anthony y Jennifer, sus únicos hijos. Dworkin tenia una fluida relación con los Wallenberg en Suecia y pasaba largos tiempos en Estocolmo sin cumplir con el débito conyugal. En 1962 Betsy festeja sola su cumpleaños -Dworkin estaba en Suecia- y le manda a su marido un telegrama: "para el año que viene te conseguis un nuevo trabajo o te conseguís una nueva esposa".
En NYU no daba clases "magistrales" sino que hacía coloquios. Catorce jueves a lo largo del semestre, alguien llevaba su paper a la mesa de discusión y la clase se centraba en destriparlo y hacer análisis sobre sus vísceras. Luego Dworkin hacía conexiones y aprovechaba esas discusiones para nutrir y pulir sus propias ideas, lo que explica el carácter, valga la redundancia, coloquial, de su prosa. Roberto Gargarella, que asistió a sus seminarios más adelante, recuerda que, como con Carlos Nino, se sentía a la vez uno distanciado y entusiasmado, y dice: "había una distancia irrecuperable entre ellos y uno, lo cual representaba un extraordinario estímulo para seguir estudiando. Era imprescindible leer y entender más y más, para poder dialogar con ellos y, eventualmente, tener alguna capacidad para desafiarlos".
El precipitado de todo ello, una factoría de ideas en tensión, va trasvasándose a su obra. En 1977 publicó "Los Derechos en serio" (Taking rights seriously), obra tremendamente influyente, capital, que enseguida cambió los ángulos de discusión y comprensión de la teoría jurídica. La prosa es estimulante, argumentativa, vívida. Se mantiene aguda y efervescente en "Una cuestión de principios" (A matter of principles, de 1985, recién editado el año pasado aquí en la gran colección Igualitaria de Siglo XXI). Esto parece una publicidad de agua saborizada y debemos decir que no hay divertimento sino bisturí hasta el hueso y polémica dura. Evoluciona hacia algo más esquemático, tal vez mas técnico, pero siempre atrayente en el otro gran pilar de su obra que es "El imperio de la Justicia" (Law´s Empire) de 1986.
Sigue escribiendo y firma en el siglo XXI obras distintas pero importantes todas: "Virtud soberana" (Sovereign Virtue de 2000, un libro que empalma teoría y práctica de la igualdad); "Justicia con toga", (Justice in robes de 2006, fragmentario a mi gusto pero de gran interés para los que piensan el derecho desde el derecho judicial); "La democracia posible" (Is democracy possible here?, también de 2006, escrito en el desencanto de la reelección de G. W. Bush, y pensando desde allí cuestiones sustanciales sobre los presupuestos y rasgos definitorios para que una democracia pueda válidamente operar y producir decisiones justificadas sobre derechos y gobierno).
En 2007 le dieron el Premio Holberg, una suerte de "Nobel" para filósofos y teóricos de las Ciencias Sociales. El Dworkin "oral" ya era un mito viviente y tendrá roce como conferencista durante más de veinte años. Pueden verse algunas de sus disertaciones en este post que compila Lucas Arrimada. Una vez un presentador se confundió y se llevó del atril las notas que Dworkin había preparado para hablar. Sólo se dio cuenta después: la exposición había sido organizada, asertiva, estructurada y administrada sin costuras.
Salvando distancias, Dworkin estuvo "cerca" de la Argentina en sentido conceptual y físico. En 1985 escribió el prólogo a la edición en inglés del Nunca Más, que puede verse acá. Vino en 2011 para recibir un doctorado honoris causa (aquí pueden leer la laudatio de Marcelo Alegre) en la Universidad de Buenos Aires, donde dio dos conferencias multitudinarias. Los que asistieron (yo no estaba en el país) las relatan como muy exhaustivas y estimulantes.
Dworkin enviudó en 2000. Un tiempo después formó pareja y se casó con Irene Brendel (que no es su apellido original, sino el que tomó luego de casarse con el pianista Alfred Brendel). Se lo llevó la leucemia, ayer 14 de febrero de 2013, a los 81 años.
Ciudadano del mundo, clichés de dandy (pipa, ropa elegante, pionero en el uso de computadoras en tiempos preinformáticos, finquita en Martha´s Vineyard con velerito para navegar), gran conversador, combinatoria de bonhomía y agudez según cuentan, parece que Dworkin la pasó bien y mantuvo su productividad académica y vital hasta los últimos días.
"He tratado -dijo alguna vez- de ser responsable en mis decisiones y de llevar una vida auténtica. Cuando era un abogado de Wall Street me di cuenta que no quería esa vida. Entonces me fui e hice algo que me parecía más gratificante: pensar y discutir sobre las cosas que son más complejas, importantes y más recompensadoras. Traté de hacerlo bien. No sé si tuve éxito". Pero era optimista: si hacemos las cosas bien, decía, podemos hacer que nuestras vidas sean como diamantes diminutos en la arena del cosmos.
SIETE IDEAS DWORKINIANAS
A muchos nos gusta Dworkin porque tenía una predisposición a incardinar ideas con casos donde esas ideas eran exhibidas experimentalmente, y de hacer lo mismo pero en sentido contrario, rescatando temas controversiales y de coyuntura para explicarlos a la luz de ideas más generales.
Recomendando este post de Gargarella donde planea arbitrariamente por su obra, nos parece pertinente aislar en redacción libre capsulitas de Dworkin básico para tildar muy condensadamente siete razones por las que Dworkin aumenta y mejora nuestro kit de herramientas y conceptos al pensar el derecho.
1. Los derechos como cartas de triunfo. Idea potente y casi contracultural en tiempos de relativismo, positivismo y emergencia de perspectivas críticas. Clásico y moderno, Dworkin piensa en un ordenamiento jurídico potente y vinculante: empoderado y no limitativo (como los que entiende los derechos como meros límites). Algunos hablan de Dworkin como un neoiusnaturalista. y funcionalmente lo es, en la medida en que presupone que sin derechos individuales (potentes) no existe "el Derecho" con mayúsculas. Por eso Dworkin asumía que las teorías de la justicia deben ser tanto "descriptivas" (como las de Kelsen o Hart) como "prescriptivas".
2. Juridizando y jerarquizando los "principios". Aunque desde siempre se asumió en diversas formas la la distinción reglas/principios, Dworkin es quien la saca del galpón del fútbol 5 y la mete en la cancha grande de la teoría jurídica y política. Comprende esencialmente que los principios tienen una dimensión que falta en las normas: la dimensión del peso o importancia. Por eso las normas tienen un modo de funcionamiento mas mecánico y silogístico, mientras que cuando los principios se interfieren la decisión sobre la precedencia deberá ponderar la incidencia y el peso relativo de cada uno en el caso. Para validar y delimitar el alcance de los principios no hay una norma de pedigrí, una "regla de reconocimiento" a lo Hart. Hay que ensuciarse las manos en el barro de la argumentación y hay que orientarse por estrellas polares de la integridad y la consistencia.
3. El juez Hercules y la respuesta correcta. Dworkin se rebela contra la idea de que en los casos difíciles la complejidad obliga a reconocer que los jueces pueden fallar de un modo o de otro. Pero no minimiza las dificultades de la adjudicación judicial. Para eso construye un modelo, el del "Juez Hércules", "dotado de habilidad, erudición, paciencia y perspicacia sobrehumanas", capaz de correr el hipotético software de razonamiento institucional que le permita encontrar las razones y los principios que respaldan los derechos y de aplicarlos al conflicto que le toca resolver. La solución -desde luego, correcta- es "generada" por Hércules sin ejercer "discreción" ni aportar elementos nuevos o subjetivos. Lo cual nos remite al sistema operativo que los jueces Hércules (y, con ellos, Dworkin) necesitarían para correr ese soft.
4. Un modelo (re)constructivo. Dworkin defiende un modelo en el cual para la concepción de la justicia es esencial una coherencia expresa, pero esta no viene "dada" sino que requiere una labor "reconstructivista" a cargo de los jueces para que "en tanto sea posible, traten nuestro actual sistema de standards públicos como si respetara y expresara un conjunto coherente de principios y, con ese fin, que interpreten estos standards para hallar standards implícitos entre sí y por debajo de los explícitos" (textual de Law´s Empire).
5. El derecho como integridad. Consecuentemente, Dworkin entiende que el camino a recorrer no es el de apelar al impacto bruto de inmanentes axiológicos, sino el de articular una visión del derecho como integridad, una teoría unificada sobre la fuerza gravitacional de los derechos pero que presupone una visión coherente de las concepciones de justicia y de equidad que los pretenden justificar.
7. Igualdad como virtud soberana. Dworkin iría siendo cada vez más centrípeto en su pensamiento. Algunos se lo reprochaban. Contaba esto por ahí Marcelo Alegre, factótum de la visita de Dworkin a Argentina de 2011: Frances Kamm le dice: "Ronnie, lo tuyo es circular. Tu idea de la igualdad presupone tu idea de la libertad y viceversa". Dworkin le responde: "Gracias por el elogio". La última escala de Dworkin es el Justicia para erizos", (Justice for Hedgehogs de 2011, aquí blog del libro con respuestas de RD a los críticos). La expresión viene de Isaiah Berlin, que la tomó a su vez de un aforismo del poeta griego Arquíloco: "El zorro sabe muchas cosas, y el erizo sabe una sola, pero es muy grande". Para Dworkin, eso muy grande era la igualdad.
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Postdatas
- Los datos biográficos están sacados de varios lados: esencialmente de una extensa entrevista que le hacen circa 2005 para la Revista de la NYU (puede verse en este link) y de los obituarios del New York Times y de The Guardian.
- En el mundo jurídico hay otros dos Dworkin "famosos": la pensadora feminista Andrea Dworkin (que murió en 2005) y el filósofo Gerald Dworkin (que escribió sobre paternalismo y eutanasia). También hay otro Ronald: Ronald W. Dworkin, anestesiólogo, autor de "Artificial Happiness", libro sobre la cultura del empastillamiento. Ninguno de ellos tiene relación con Ronaldo.