Nota publicada en la edición octubre de Forbes (edición argentina) en donde escribo ocasionalmente.
Fuente: Boldoni |
Sería útil que existiera algo como lo del título. Debería tener muchos capítulos, y variaría según las jurisdicciones, fueros y perfiles de clientes (y abogados). A la espera de ese manual, apuntamos algunas ideas que deberían estar ahí.
Abogacía Preventiva. Muchos temas litigiosos se podrían haber evitado si se hubiera ocurrido a un asesoramiento legal oportuno. A veces, por no pagar facturas de tres o cuatro dígitos se terminan pagando facturas de seis o siete.
El abogado no es un mago. Los procesos judiciales son complejos, y casi siempre largos. Siendo realistas, no siempre se podrá contar con resultados asegurados ni con soluciones rápidas. Por esta misma razón, desconfíe de quienes se lo garantizan. Y no extrapole ejemplos tomados de causas diversas para asumir que debería ocurrir lo mismo con la suya.
Hablar con su abogado. Tengan en cuenta que es literalmente el primer juez del caso. Muchas personas que tienen un problema legal directamente se limitan a ponerlo en manos de su abogado, con quien mantienen un contacto esporádico y elemental, tratando de no revictimizarse o contaminarse con el conflicto. Pero tanto para plantear una buena demanda como una buena defensa es elemental que el abogado conozca a fondo (y desde el principio, porque luego puede ser demasiado tarde, “extemporáneo”) la situación que se llevó a litigio y todos los detalles y circunstancias relevantes. El abogado necesita primero “saber” todo lo que pasó (incluso lo que lo perjudique, que para eso está el secreto profesional), pero además “entender” el asunto, cuyo tema puede versar sobre aspectos muy especiales o propios de disciplinas o materias que el abogado desconoce. Sea que un luthier sea demandado por una mala reparación de un violín, o un cirujano por el mal resultado de una cirugía estética, en el juicio se discutirán las reglas del arte de que se trate, y el cliente tendrá que explicárselas al abogado en lo esencial para que este pueda encontrar la presentación jurídica que mejor convenga al caso. Claro está que esta comunicación debe ser de doble vía, y es responsabilidad del abogado tener al cliente informado de lo que va pasando en el proceso y en el expediente, y explicar paso a paso sus implicancias posibles.
Ver las cosas desde la perspectiva de la otra parte. Ponerse en otros zapatos puede ayudar tomar dimensión de la sustentabilidad real de su posición. Sirve tanto a los efectos de definir estrategias procesales (toda defensa supone una previsión de las líneas de ataque del rival) como para definir posibilidades de arreglo. Los abogados están entrenados para hacer esto, pero muchas veces el cliente conoce mejor a la contraparte y puede ayudarlo a ampliar sus perspectivas.
No litigar causas perdidas. No dude en adoptar el enfoque de “reducción de daños”. Muchas veces se adoptan posturas "principistas" que derivan en resultados ruinosos. Este punto debe tenerse especialmente en cuenta a la hora de decidir sobre presentar apelaciones, que implican asumir costos adicionales y prolongación de una incertidumbre.
Cuidar el comportamiento durante el juicio. En principio, los jueces evalúan hechos que ocurrieron antes de la demanda. Pero es importante cuidar la conducta durante el juicio. Los jueces pueden estar enterándose de problemas que involucren al demandante o al demandado, y asignarle a esas percepciones –que vienen de temas ajenos al caso- un inconsciente sesgo retrospectivo favorable o condenatorio. Otras veces si habrá influencia procesal directa: así ocurre con la evaluación que al respecto se podría hacer en el caso de medidas cautelares, y también con la conducta desarrollada dentro del propio juicio (algo que los jueces pueden valorar como elemento de convicción corroborante de las pruebas).
Costas y costos. En la conmoción del litigio se suele perder referencia sobre la necesidad de tener una idea clara y documentada sobre los honorarios y las tasas y gastos de justicia que podrían implicar. Como punto relacionado, en esta columna hemos advertido alguna vez sobre que durante un juicio los intereses corren a tasa “activa”, lo que implica que en procesos largos los costos suben fuertemente. Ambos puntos deberán verse especialmente con el que sigue, que es el último pero no el menos importante.
Litigio y negociación no son excluyentes. Muchos abogados asumen que el arreglo negociado es una iniciativa que sólo corresponde al cliente, así que no insistirán demasiado en buscar soluciones alternativas. Moraleja: sea claro y directo sobre ello si tiene vocación de explorarlas, y evalúe por sí mismo las ventajas y desventajas a la hora de definir si prefiere un “mal arreglo” a un “buen juicio”.