Disperso mail de Robert Alexy, que oscila entre la depresión y la euforia nacionalista alemana. Alega que promete repudiar públicamente la teoría de la ponderación si su equipo no sale campeón, al tiempo que -movido por la revelación de su romance con Bonnie Tyler- nos cuenta historias fascinantes de su vida fuera del derecho, como su proyecto comunitario hippie de elaboración de quesos en Nimes en el verano del amor, "injusta y ajurídicamente clausurado por los desvaríos regulatorios del estado francés, que invocaba que no se podía producir un queso en una región distinta de la que había inventado ese queso".
En fin, en lo que sigue va traducción de lo que nos dice Alexy, en su parte pertinente.
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La historia importa.
A un centímetro de la gloria estuvo Chile, a dos minutos de la gloria México, a un árbitro de la gloria Colombia, a un tercer arquero de la gloria Costa Rica. Pero las excusas no se filman.
Y en un punto tatuarse lo de Pinilla es perdedor, porque se fija en un evento pasado e inevitable. Yo, por ejemplo, tengo este tatuaje en el brazo.
Esa es la lección para esos equipos. A la elite de la historia en los mundiales no se llega en una sola generación. Hay que hacer el cursus honorum. Veamos los últimos tres socios del club: Argentina y Francia lo consiguieron sólo con ventaja de localía, y España llevada por la marea de la burbuja que hizo tan grande su Liga y sus clubes; todos tuvieron antes varias camadas de participaciones brillantes sin llegar a campeón, hasta que lo consiguieron.
El mejor y el peor del G9
Porque está claro que en el fútbol hay un grupo de elite histórico formado por los ocho campeones más Holanda, el campeón sin corona del fútbol mudial. Dejando de lado las referencias que prescribieron (esto es, todo lo que va desde el mundial 1994 para atrás, aplica plazo veinteañal) hay un solo equipo que nunca le pudo ganar en mundiales a rivales de esa elite.
Adivinen cual es, argentinos (y fíjense cual es el que tiene el mayor porcentaje de victorias).
El campeonato histórico entre G9s que compilaron mis minions de la Facultad de Gotinga arroja algunos datos interesantes.
El día de la marmota
En sus tribulaciones mundialistas contra el G9 Argentina jugó seis partidos en los que sólo pudo hacer cuatro goles. Uno solo de juego abierto (Pîojo López en su empate transitorio contra Holanda en 1998), los otros tres de pelota parada (el penal de Batistuta y la jugada para Zanetti con Inglaterra en ese mundial; el cabezazo de corner de Roberto Ayala contra Alemania en 2006).
Y sus rivales le metieron goles (diez en total) en todos los partidos, menos en uno: una anomalía que por respeto no eliminamos de la estadística, pero que se jugó a media máquina con los dos equipos clasificados como último partido de una fase de grupos (el Argentina-Holanda de 2006, 0 a 0).
De hecho, el último triunfo contra un G9 fue aquella victoria -conseguida de puta casualidad- contra Brasil en Turín, encapsulada en la memoria colectiva y cristalizada en lo que es hoy el himno no oficial del equipo. Nunca más Argentina le pudo ganar otra vez a un G9 (eliminó a Italia en ese mundial, y a Inglaterra en el 98, pero fue avanzando por penales).
¿Adonde nos conduce esto? En primer lugar, a poner en contexto lo difícil que es el nivel G9 de la play, lo hostil que ha sido para la Argentina sin Maradona, cuál es la estatura del desafío que le viene. Y en segundo lugar, a que los hermanos argentinos comprendan que en su libreta de calificaciones están debiendo una materia previa.
Argentina vuelve a citarse con la historia: así como estaba la maldición de cuartos, está la maldición de no poder ganarle de verdad a uno de su tamaño.
Argentina no tiene que ser el día de la marmota del fútbol, haciendo que los nietos de sus nietos sigan cantando la canción deprimente esa que determina paternidad histórica en base a un solo punto de datos.
Argentina tiene que ganarle a un G9.
En fin, en lo que sigue va traducción de lo que nos dice Alexy, en su parte pertinente.
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La historia importa.
A un centímetro de la gloria estuvo Chile, a dos minutos de la gloria México, a un árbitro de la gloria Colombia, a un tercer arquero de la gloria Costa Rica. Pero las excusas no se filman.
Y en un punto tatuarse lo de Pinilla es perdedor, porque se fija en un evento pasado e inevitable. Yo, por ejemplo, tengo este tatuaje en el brazo.
Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better. |
Esa es la lección para esos equipos. A la elite de la historia en los mundiales no se llega en una sola generación. Hay que hacer el cursus honorum. Veamos los últimos tres socios del club: Argentina y Francia lo consiguieron sólo con ventaja de localía, y España llevada por la marea de la burbuja que hizo tan grande su Liga y sus clubes; todos tuvieron antes varias camadas de participaciones brillantes sin llegar a campeón, hasta que lo consiguieron.
El mejor y el peor del G9
Porque está claro que en el fútbol hay un grupo de elite histórico formado por los ocho campeones más Holanda, el campeón sin corona del fútbol mudial. Dejando de lado las referencias que prescribieron (esto es, todo lo que va desde el mundial 1994 para atrás, aplica plazo veinteañal) hay un solo equipo que nunca le pudo ganar en mundiales a rivales de esa elite.
Adivinen cual es, argentinos (y fíjense cual es el que tiene el mayor porcentaje de victorias).
El campeonato histórico entre G9s que compilaron mis minions de la Facultad de Gotinga arroja algunos datos interesantes.
- Han sido en general partidos abiertos: sólo un tercio de ellos terminaron en empates en tiempos reglamentarios.
- El nivel de competitividad y paridad es tan alto que incluso los de mejor performance no han podido ganar ni la mitad de los partidos disputados (los dos mejores datos son de 44%, y para desempatar ponemos primero al que menos perdió).
- Finalmente, al que se presupone el mejor de todos (Brasil) lo van a ver en mitad de tabla cuando le contamos las costillas de partidos "contemporáneos" jugados contra rivales de su tamaño.
El día de la marmota
En sus tribulaciones mundialistas contra el G9 Argentina jugó seis partidos en los que sólo pudo hacer cuatro goles. Uno solo de juego abierto (Pîojo López en su empate transitorio contra Holanda en 1998), los otros tres de pelota parada (el penal de Batistuta y la jugada para Zanetti con Inglaterra en ese mundial; el cabezazo de corner de Roberto Ayala contra Alemania en 2006).
Y sus rivales le metieron goles (diez en total) en todos los partidos, menos en uno: una anomalía que por respeto no eliminamos de la estadística, pero que se jugó a media máquina con los dos equipos clasificados como último partido de una fase de grupos (el Argentina-Holanda de 2006, 0 a 0).
De hecho, el último triunfo contra un G9 fue aquella victoria -conseguida de puta casualidad- contra Brasil en Turín, encapsulada en la memoria colectiva y cristalizada en lo que es hoy el himno no oficial del equipo. Nunca más Argentina le pudo ganar otra vez a un G9 (eliminó a Italia en ese mundial, y a Inglaterra en el 98, pero fue avanzando por penales).
¿Adonde nos conduce esto? En primer lugar, a poner en contexto lo difícil que es el nivel G9 de la play, lo hostil que ha sido para la Argentina sin Maradona, cuál es la estatura del desafío que le viene. Y en segundo lugar, a que los hermanos argentinos comprendan que en su libreta de calificaciones están debiendo una materia previa.
Argentina vuelve a citarse con la historia: así como estaba la maldición de cuartos, está la maldición de no poder ganarle de verdad a uno de su tamaño.
Argentina no tiene que ser el día de la marmota del fútbol, haciendo que los nietos de sus nietos sigan cantando la canción deprimente esa que determina paternidad histórica en base a un solo punto de datos.
Argentina tiene que ganarle a un G9.