Es posible que uno de los libros del verano -y no estoy hablando del micromundo jurídico- sea "Los Supremos" de Irina Hauser, y vamos a hacerle una reseña ponderativa ahora y unas observaciones críticas luego.
Adelanto que, como lo hice en el caso de Lorenzetti y su "El arte de hacer justicia" de 2014, no voy a criticar al libro por cosas que el libro no se propone hacer. Este libro está, digamos, en la línea de Hacer la Corte de Verbitsky, o de libros americanos tales como The Brethren de Bob Woodward (de 1979, sobre la primera etapa de la Corte de Burger), o los de Jeffrey Toobin sobre la Corte contemporánea, The Nine y The Oath. Ergo, es inapropiado juzgar a este con el mismo criterio que evaluaríamos libros académicos como la monumental "Historia de la Corte Suprema" dirigida por Alfonso Santiago o el libro de Horacio Rosatti "Derechos humanos en la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (2003-2013)" por poner dos ejemplos dispares.
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"Los Supremos" es relativamente corto (330 páginas), de prosa ágil pero no superficial, atrayente y caritativa para el lector no letrado, ya que aparece desprovisto de ripios técnicos o digresiones leguleyas, de las que mas bien se desentiende, buscando un ángulo de narración en clave de crónica, anclado en la realpolítik y en las internas del tribunal --un libro que acaso sea un buen copetín para los Jerome Franks y los cultures de la no-escuela del realismo jurídico de este mundo.
El relato, que se organiza en orden cuasi cronológico abarcando desde el tumultuoso derrumbe de la Corte de los nueve hasta el complejo alumbramiento de la Corte modelo 2016, es una versión muy expandida y con esteroides de la extensa pieza que Hauser publicó en 2015 en Anfibia, "Los restos de la Corte", curada y complementada con textos que son de la propia casuística (sustancialmente similares a los escritos en la cobertura de cada fallo o cuestión para P12) y otros de biográficos y de contexto (originales).
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El anecdotario es surtido, entretenido y profuso, incluyendo escenas surrealistas como la firma de la sentencia en un velorio, y a los efectos de esta reseña podemos conceder un galardón compartido ex aequo entre la anécdota del serrucho de Zaffaroni y las instrucciones para ingresar al despacho del Doctor Fayt (puedo justificar absolutamente a ambos, serrucho intimidante e instructivo, pero no, no es el punto aquí).
Siempre hay que estar alerta, por cierto, a que el ruido de las anécdotas no tape el sonido de lo que el tribunal finalmente hace -y Hauser resalta, correctamente, la virtud oxigenante y renovadora y las grandes páginas de jurisprudencia que entregó la Corte refundada-. Del mismo modo, es fácil incurrir en la simplificación -y conviene tenerlo en cuenta al leer el libro, para no dejarse llevar por espejismos presidencialistas- de que se trató de algo así como la-corte-de-Lorenzetti. La verdad es que fue -es y será- algo mucho más complejo. El libro, por ejemplo, destaca bien el rol más silente de Maqueda, que por voluntad propia ha preferido ponerse al margen de las luminarias, y por ello es fácil confundirse y asumirlo como un juez poco relevante siendo todo lo contrario (metáfora a mano del astrofísico: es un agujero negro, muy gravitante pero no visible).
En ese nivel, de dificil escrutinio para el no iniciado, aparecen bien identificados muchos personajes laterales, desconocidos para el gran público, que son los Leo Ponzios y los Sergio Busquets de la Corte Suprema: jugadores mucho más incidentes de lo que registra el público general. Así encontramos párrafos dedicados a la frondosa segunda línea de la Corte, algunos que ya no están y otros que siguen: Cristian Abritta, Alfredo Kraut, Rolando Gialdino, Albino Gómez, la muy visibilizada María Bourdin, el otrora poderoso Nicolás Reyes y el que sería su equivalente actual, Daniel Marchi. En general, el libro acierta al identificar la base rítmica de esos músicos sesionistas en el sonido del grupo, e incluso suman las notas de color sobre ordenanzas y mozos y sus vicisitudes palaciegas.
Como digresión 1, en favor de Hauser: no estoy en la Corte, pero obviamente conozco algo de lo que pasa ahí, por testimonios amigables directos o por inferencias razonadas y concordantes. Basado en ello, puedo dar fe de que, fácticamente, lo que se cuenta en el libro es en lo sustancial cierto, y no encuentro nada que podría calificar con presunción de bolazo o inverosimilitud. Le asignamos entonces vocación de certeza en el plano de los hechos -no necesariamente de completitud, porque hay obviamente cosas que han sucedido y ni el libro dice ni yo conozco- .
Como digresión 2, en favor de la Corte: si uno lee el panóptico "Hacer la Corte" el ritmo era frenético, como cuarenta capítulos a razón de una causal plausible o potente de destitución por capítulo, y el libro cubría tres años. Acá vemos bajo pasar el microscopio una docena de años, y lo peor que vemos son decisiones objetables, aspectos poco decorosos, algo de hybris y alguna reverencia inoficiosa hacia intereses creados e hipocresías institucionales, errores forzados y no forzados, un pasivo computable y contingente, pero al fin y al cabo -mi sensación- nada gravísimo al menos siguiendo la vara usual de evaluación de conductas públicas. Así, creo que por razones exógenas el libro es menos pirotécnico que aquel de Verbitsky, porque ni en el lado A (visible) ni en el lado B (subterráneo) había ni por asomo la misma materia prima en términos de reprochabilidad -y si mucha de tono luminoso-, y eso es un punto para el tribunal pero además lo excede, porque lo es para el ecosistema político del siglo XXI.
Dicho esto, y con felicitaciones a Irina por su labor, queda recomendada la adquisición y lectura de "Los Supremos". Luego, si les interesa, pueden pasar por aquí mañana mismo para leer post con algunas notas sobre algunas reservas conceptuales y apostillas que podría hacerle al libro, y si esta reseña es un aperitivo para entrar en Los Supremos, les recomiendo leerlo y dejar mis observaciones para el postre.
PD. Aquí dejo link al post prometido.
En ese nivel, de dificil escrutinio para el no iniciado, aparecen bien identificados muchos personajes laterales, desconocidos para el gran público, que son los Leo Ponzios y los Sergio Busquets de la Corte Suprema: jugadores mucho más incidentes de lo que registra el público general. Así encontramos párrafos dedicados a la frondosa segunda línea de la Corte, algunos que ya no están y otros que siguen: Cristian Abritta, Alfredo Kraut, Rolando Gialdino, Albino Gómez, la muy visibilizada María Bourdin, el otrora poderoso Nicolás Reyes y el que sería su equivalente actual, Daniel Marchi. En general, el libro acierta al identificar la base rítmica de esos músicos sesionistas en el sonido del grupo, e incluso suman las notas de color sobre ordenanzas y mozos y sus vicisitudes palaciegas.
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Como digresión 1, en favor de Hauser: no estoy en la Corte, pero obviamente conozco algo de lo que pasa ahí, por testimonios amigables directos o por inferencias razonadas y concordantes. Basado en ello, puedo dar fe de que, fácticamente, lo que se cuenta en el libro es en lo sustancial cierto, y no encuentro nada que podría calificar con presunción de bolazo o inverosimilitud. Le asignamos entonces vocación de certeza en el plano de los hechos -no necesariamente de completitud, porque hay obviamente cosas que han sucedido y ni el libro dice ni yo conozco- .
Como digresión 2, en favor de la Corte: si uno lee el panóptico "Hacer la Corte" el ritmo era frenético, como cuarenta capítulos a razón de una causal plausible o potente de destitución por capítulo, y el libro cubría tres años. Acá vemos bajo pasar el microscopio una docena de años, y lo peor que vemos son decisiones objetables, aspectos poco decorosos, algo de hybris y alguna reverencia inoficiosa hacia intereses creados e hipocresías institucionales, errores forzados y no forzados, un pasivo computable y contingente, pero al fin y al cabo -mi sensación- nada gravísimo al menos siguiendo la vara usual de evaluación de conductas públicas. Así, creo que por razones exógenas el libro es menos pirotécnico que aquel de Verbitsky, porque ni en el lado A (visible) ni en el lado B (subterráneo) había ni por asomo la misma materia prima en términos de reprochabilidad -y si mucha de tono luminoso-, y eso es un punto para el tribunal pero además lo excede, porque lo es para el ecosistema político del siglo XXI.
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Dicho esto, y con felicitaciones a Irina por su labor, queda recomendada la adquisición y lectura de "Los Supremos". Luego, si les interesa, pueden pasar por aquí mañana mismo para leer post con algunas notas sobre algunas reservas conceptuales y apostillas que podría hacerle al libro, y si esta reseña es un aperitivo para entrar en Los Supremos, les recomiendo leerlo y dejar mis observaciones para el postre.
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PD. Aquí dejo link al post prometido.