Lo que está en juego no es poco ni es chico. Democracia no es un modo de voto en papeletas, no es una definición desabrida de opinión consultiva; es, antes de eso, una cultura de gestión humanista y armonizada del disenso inevitable, y ese nervio vital es mucho más frágil de lo que a veces creemos.
El intento de atentado contra una figura política central de nuestro sistema nos provoca consternación y estupor y es un rayo fulminante sobre las disquisiciones jurídicas coyunturales o extracoyunturales, y las torna de repente brumosas y frívolas.
Al momento de escribir esto es fuerte (y natural) la tentación de domesticar el impacto, de encuadrarlo y moralejizarlo en capas finas de interpretación, casualidades, conjeturas y variaciones explicativas; hoy, este repudio no las contendrá.